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MAGNUNMAN
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LOS OVNIS DE FRANCO

franco "top secret"



Recientemente se ha publicado el libro ' “Franco Top Secret: esoterismo, apariciones y sociedades ocultistas en la dictadura' (Temas de Hoy-Madrid). En este libro, los autores, José Lesta y Miguel Pedrero, se centran en aspectos absolutamente desconocidos de la vida de Francisco Franco y del régimen franquista que entran de lleno en el mundo del ocultismo y lo paranormal. A lo largo de trece capítulos, el lector descubrirá, entre otras sorprendentes cuestiones, quien era la vidente de Franco; las aficiones esotéricas de su familia; a qué se debía su aversión a la masonería; su obsesión por determinadas reliquias sagradas como el Santo Grial, el brazo de Santa Teresa o el Santo Pañolón de Oviedo; los secretos paganos del Valle de los Caídos; la relación del dictador con varias sociedades ocultistas; los sueños premonitorios del almirante Carrero Blanco; cómo el satanismo entra en España de la mano de un diplomático franquista; las raíces judías del dictador que con tanto ahínco pretendió ocultar…o la relación del fenómeno ovni con la propia persona del “Caudillo” y el Ejército español de la época. A continuación reproducimos un extracto de uno de los capítulos de 'Franco Top Secret' relacionado con el tema OVNI.




[B][I]
Los OVNIis que espiaron al dictador[/I][/B]
El sábado 18 de diciembre de 1971, en el castillo de Mudela, situado en el municipio de Viso del Marqués (Ciudad Real), Francisco Franco, acompañado de su esposa Carmen Polo, su yerno, el marqués de Villaverde, y otros insignes invitados, pasaba unas jornadas de descanso en las que, por supuesto, no faltaron las habituales cacerías. Miembros de la VI Compañía de la Guardia Civil vigilaban, estacionados en cuatro puntos diferentes, los accesos al palacete. En un segundo cinturón otros miembros de la Benemérita hacen lo propio, distribuidos en cinco zonas.
A las once de la noche Franco y sus invitados continúan de tertulia. Así lo indican, al menos, las luces del castillo, que permanecen encendidas. En ese mismo momento Isidro Pradas Toledo, guardés de la finca, sale del castillo para dirigirse a su residencia, una casa situada a poco más de cien metros del palacete. De repente observa en los cielos algo extraordinario, fuera de lo normal. Así se lo contó al periodista J. J. Benítez, reputado especialista en el estudio de los ovnis: «...de pronto, cuando caminaba hacía mi casa, vi aquello. […] Eran cuatro luces. Pasaron por mi vertical. Marchaban despacio y no a demasiada altura. […] Eran silenciosas, volaban en una formación perfecta. Dos en cabeza y otras dos atrás. La separación entre ellas no era muy grande. […] Brillaban intensamente, con un color blanco importante. […] Me quedé mirando embobado. Y pasaron despacio, sin prisas. Llevaban dirección Almagro, y las vi caer por la finca que llamamos Casa Lato. […] Y desaparecieron. A los quince minutos, más o menos, bastante confuso retorné al castillo. Y recuerdo que se lo comenté al conductor del Caudillo y también a don Federico Pajares, el ingeniero. Estaban jugando a las cartas, pero al parecer, nadie había visto nada. […] Entonces sucedió algo raro. [...] Franco había solicitado un electricista. La lámpara del techo del dormitorio acababa de fundirse, y provisto de mis herramientas subí hasta las habitaciones del general. Doña Carmen estaba en la cama, leyendo. Franco me pidió un destornillador e intentó soltar los tornillos del enchufe. No fue posible. Le dije que me dejara intentarlo. Tampoco pude. Y se fue la luz. A decir verdad, nunca entendí aquel apagón. Total, que el Caudillo pasó su brazo por mi hombro y comentó: “¡Qué artistas somos!”»
En su investigación del suceso, Benítez localizó a un nuevo testigo. Cualquiera que conozca los artículos del tenaz reportero navarro sabe que se trata de uno de los grandes periodistas de investigación del país, a pesar de que su labor no siempre es justamente reconocida al dedicarse a un objeto de investigación tan evanescente como los ovnis. A pesar de ello, la seriedad de su trabajo está fuera de toda duda. El informador de Benítez, por entonces un capitán de la Guardia Civil que se encontraba prestando servicios de protección al Caudillo en el interior del palacete, decidió salir al exterior para comprobar el desarrollo normal de las guardias. Habían pasado varias horas desde el avistamiento de Isidro Pradas, cuando de nuevo los extraños fenómenos aéreos se repitieron. Así lo cuenta el protagonista: «Nada más pisar el recinto que rodea el palacete, el cabo me salió al encuentro y dijo: “Sin novedad, mi capitán, salvo que tenemos compañía”. Y señaló con la cara hacía el cielo. Al seguir la dirección indicada vi las luces. […] Eran cuatro y aparecían inmóviles sobre nuestra vertical. […] Dos presentaban un mayor tamaño. Eran blancas y muy brillantes. […] Los guardias, según me explicaron, las habían visto llegar poco antes, y allí permanecían, silenciosas. […] Encendimos un cigarrillo y comentamos el asunto, sin dejar de mirar. […] Y en eso estábamos cuando, súbitamente, dos de las luces se hicieron más grandes, por lo que interpretamos que habían descendido. […] Al instante se detuvieron de nuevo […] y comentamos entre nosotros: “¿Serán reflejos?” Al momento, como si nos hubieran oído, una de ellas emitió un haz de luz hacia el suelo. [Entonces] los cuatro ovnis se pusieron en movimiento, alejándose en dirección a Madrid […] y lo hicieron a gran velocidad, sin ruido ni estampido alguno. Desde luego volaban más rápidos que un caza. […] ¿Duración? Alrededor de quince o veinte minutos. […] El responsable era yo y no consideré oportuno llamar a Madrid. Ignoro si el Mando de la Defensa los detectó en sus radares. […] A la mañana siguiente lo comentamos con el resto de la gente, y fue entonces cuando el guarda lo asoció a lo que él había visto unas horas antes. […] Nadie, insisto, se atrevió a decírselo al Caudillo. Franco salió de caza y no hubo más comentarios».
¿Qué explicación puede tener este suceso? Desde luego no podía tratarse de aparatos militares, ni de ningún tipo de avión conocido. Las maniobras realizadas por las luces no estaban al alcance, en esa época, de ninguna aeronave. Al menos, de ninguna conocida. Se ha especulado con la posibilidad de que se tratara del vuelo experimental de algún tipo de avión militar secreto perteneciente a alguna de las dos superpotencias del año 1971: la URSS o los Estados Unidos. ¿Acaso los objetos voladores pretendían espiar o al menos alarmar al Caudillo? Las preguntas surgen a cientos, pero lo cierto es que llueve sobre mojado.

El Ejército franquista investiga
Ya hace algún tiempo los autores nos vimos implicados en una apasionante investigación de otro suceso ovni ocurrido en el año 1966. Un caso que motivó un informe oficial por parte de las autoridades militares españolas y cuya explicación podría estar en el vuelo de un prototipo estadounidense que realizaba labores de espionaje. Este objeto volador, por cierto, terminó estrellándose, pero empecemos por el principio.
Nuestro informante, Juan Daniel Araoz, catedrático de instituto y aficionado a la investigación de sucesos ovni, tuvo la oportunidad de vivir en su Ferrol natal una experiencia que todavía recuerda con pelos y señales. Una noche del año 1966 nuestro testigo recibió la llamada de un amigo, el popular periodista ferrolano José Varela Losada, conocido con el sobrenombre de Jovalo. Al parecer le habían informado de que una extraña luz evolucionaba sobre la vertical del astillero de Astano. «Jovalo sabía de mi interés por los ovnis –asegura Juan Daniel-, así que no dudó en llamarme a pesar de que eran las tres o cuatro de la mañana. Cuando llegué, además de Jovalo había un matrimonio mirando el objeto. La noche era bastante clara, por lo que veíamos perfectamente el ovni, que tenía la típica forma de platillo volante. Era redondeado, con una pequeña cúpula, y tenía alrededor una serie de luces rojas, azules y verdes que se encendían y se apagaban». El avistamiento duró unos veinte minutos hasta que el objeto se alejó lentamente hacia la zona de Bazán para perderse posteriormente sobre la ría.
Pasados unos días, Juan Daniel se enteró de que unos pescadores de la localidad costera de Burela habían hallado en alta mar algunos restos de un extraño aparato. Sin perder un segundo se acercó hacia allí para entrevistarlos: «Eran muy reacios a hablar del asunto; sólo me contaron que eran unos trozos grandes de algo que parecía como polispán de color amarillo, pero que pesaba mucho. Recogieron el trozo más grande y lo entregaron a las autoridades. Decían que debía de ser algún aparato de los americanos, pero no daban más explicaciones, no querían hablar del tema».
De nuevo en El Ferrol, a través de un amigo que trabajaba en la Marina, Juan Daniel averiguó que los restos que habían recogido los pescadores de Burela se hallaban en la base naval de La Graña. La suerte volvió a estar de su lado, ya que conocía a la hermana del comandante de la base, por lo que pudo hablar directamente con el militar. «Le conté sin rodeos todo lo que sabia sobre el caso y le pedí que me permitiera ver los restos del ovni que tenían. El comandante me contestó que no sabía si yo verdaderamente entendía de ovnis, pero que me lo iba a dejar ver sólo como amigo». El comandante llamó a otro militar que condujo a nuestro informante a través de unos túneles construidos bajo la base naval, hasta llegar a un recinto en el que se conservaban los restos del aparato. «Sólo pude acercarme a un metro, aproximadamente. Tal como me relataron los pescadores, parecía polispán y media unos cuatro metros. Entonces, en una esquina, vi unas letras negras en las que claramente se leía “NASA”, y debajo de estas letras una serie de números».
Hasta aquí la narración de Juan Daniel, que presenta un buen puñado de incógnitas. Decidimos ponernos en contacto con los pescadores que recogieron los restos del objeto en alta mar. No era tarea fácil, pues el tiempo transcurrido, más de treinta años, jugaba en nuestra contra. Burela es una bella localidad costera de la provincia de Lugo, cuya principal fuente de ingresos es la pesca, actividad de la que de una u otra manera viven la mayor parte de sus habitantes.
En nuestra primera incursión la suerte no nos sonrió. Preguntamos en el ayuntamiento, la biblioteca, el puerto, los bares... Nadie se acordaba del suceso. Sin embargo, en un viaje posterior localizamos a la historiadora burelense Herminia Pernas, quien se interesó por el asunto y prometió hacer algunas averiguaciones. A los dos días recibimos una llamada. Al otro lado del hilo telefónico, Herminia, sin poder ocultar su sorpresa, nos indicó que su propio padre sabía algo del suceso. Y así era: Ramón Pernas, un curtido hombre de mar, recordaba que muchos años atrás, desde su propia embarcación, pudo observar cómo los pescadores enrolados en el Reina María recogían un extraño objeto de color amarillento. El siguiente paso era localizar a los tripulantes de aquel barco.
A pesar del tiempo transcurrido, sólo uno de los marinos del Reina María, José Fernández, accedió a hablar con nosotros, y aun así se mostró muy reacio durante la conversación y no cesaba de repetir que no quería tener problemas «porque ese aparato debía de ser algo secreto y yo no quiero meterme donde no me llaman». Recordaba, no obstante, que hallaron los fragmentos del objeto en alta mar, a la altura del cabo de Peñas. «Además seguro que no hacía mucho que se había estrellado, porque todavía desprendía humo», nos confirmó. La tripulación del Reina María decidió seguir pescando y recoger el fragmento más grande del aparato estrellado al día siguiente. Lo curioso, tal como nos relataba José, «es que durante todo ese tiempo sobre la zona en la que se encontraban los fragmentos del objeto había un avión que volaba muy bajo dando vueltas». El testigo nos describió el misterioso artefacto de un modo que nos resultaba familiar: «Era como polispán amarillento, pero pesaba unos doscientos kilos. Nos costó subirlo al barco, y lo echamos a proa». Dentro de la estructura amarilla José nos contó que «había algo que era lo que pesaba. Eran como unos aparatos». Cuando finalizaron su tarea en el mar llevaron el fragmento al puerto de La Coruña, que era donde tenían que entregar la pesca. Allí avisaron a las autoridades y la Comandancia de Marina se hizo cargo del hallazgo. José Fernández no recordaba o no quería recordar nada más y dio por finalizada la entrevista.
Según pudimos averiguar a través de algunos contactos en el estamento militar, un camión recogió el fragmento y lo transportó a la base naval de La Graña, que fue donde Juan Daniel Araoz pudo observarlo durante algunos segundos. También a través de estos mismos contactos supimos que en el muelle de La Graña solían atracar submarinos, incluidos algunos de la marina de guerra estadounidense. Bajo el monte en el que se encuentra situada la base hay una serie de túneles que van a dar a unas dependencias secretas sobre las que se ignora absolutamente todo. Hace unos años, uno de los autores pudo adentrarse en el túnel principal, hasta llegar a una enorme puerta acerada que cerraba el paso. Según nuestras informaciones este conducto se bifurca a su vez en otros, pintados de colores diferentes dependiendo de la zona secreta a la que llevan. En cuanto a las medidas de seguridad, en el exterior de la base hay numerosas cámaras de vigilancia y dos alambradas rodean el recinto. Una de ellas, la interior, está electrificada.
Si el «platillo volante» que sobrevoló el astillero de Astano y luego se dirigió hacia el de Bazán para perderse por la ría era de origen terrestre y más concretamente de los Estados Unidos, ¿qué interés tenía en sobrevolar las instalaciones de estas dos empresas armadoras de barcos? Tras algunas averiguaciones proponemos una posible explicación: en 1947 la Armada española comenzó a gestionar directamente los astilleros de la Empresa Nacional Bazán. A partir de la década de 1960 se crea el astillero de Astano como una empresa complementaria a Bazán, y durante este periodo ambas empresas se dedicaron a construir embarcaciones de alta tecnología. En la época que se produce el caso que nos ocupa estaba en pleno auge el interminable conflicto árabe-israelí, y resulta que precisamente entre 1966 y 1970 los astilleros de Astano y Bazán construyeron varios navíos de guerra para algunos de los países árabes implicados en el conflicto contra Israel. No olvidemos que el Estado hebreo es el aliado fundamental de los Estados Unidos en la zona del Oriente Próximo, por lo que tal vez podríamos hallarnos ante un caso de espionaje militar. ¿Poseía el ejército estadounidense un prototipo con forma de platillo volante en la década de 1960?
El 11 de junio de 1993 un expediente ovni fechado en El Ferrol en el año 1966 fue desclasificado y llevado, junto a otros informes, a la Biblioteca del Cuartel General del Aire. El Mando Operativo Aéreo (MOA) era el organismo encargado por entonces de la investigación de los ovnis en España por mandato del Ministerio de Defensa.
El informe relata que a las 23:30 del 2 de abril de 1966, desde la estación radio-receptora de La Carreira, situada a menos de diez kilómetros de El Ferrol, un cabo primero electricista, un celador y dos marineros observaron «un objeto luminoso de luz opaca muy intensa, no reflectora, variando de forma cada cinco minutos aproximadamente» a la izquierda del monte Campelo. El avistamiento duró unos cuarenta y cinco minutos, y en ese tiempo al cabo se le ocurrió coger una cámara fotográfica y tomar una foto. En realidad, media hora antes de que el ovni fuese avistado desde la estación de radio, ya lo había visto un marinero que estaba de guardia en la localidad de La Jubia. Casi con absoluta seguridad estamos ante el mismo objeto que avistó Juan Daniel y que se estrelló en aguas del Atlántico.
Durante los años sesenta y setenta del siglo XX la cuestión de los ovnis se convirtió en una moda en España. Prácticamente todos los días la prensa se hacía eco de nuevos casos de avistamientos o aterrizajes de objetos extraños. El 4 de mayo de 1968 la embajada de los Estados Unidos en Madrid envió un comunicado al Departamento de Estado en el que se lee que «fuentes oficiales españolas nos informan de que no se están realizando estudios sobre ovnis en España». Sin embargo, no era cierto: los militares españoles llevaban meses estudiando la cuestión de los ovnis, espoleados tanto por las informaciones periodísticas como por algunos sucesos en los que se habían visto implicados miembros de las fuerzas armadas. Por ejemplo, uno de los informes desclasificados por el Ejército del Aire se refiere a un suceso acaecido el 3 de junio de 1967. Ese día, al caer la tarde, un avión militar T–33 detectó la presencia sobre Talavera de la Reina (Toledo) de un objeto enorme con forma de pirámide. Dos F–86 Sabre despegaron de la base aérea de Torrejón de Ardoz con la intención de interceptar al intruso. El artefacto misterioso pudo ser filmado por uno de los Sabre, que se alejó de la zona a medida que los cazas se aproximaban al objeto. Este suceso pudo ser el detonante para que las autoridades estadounidenses, muy interesadas en recopilar la máxima información sobre el fenómeno de los ovnis, intentasen saber si el ejército español investigaba este tipo de sucesos.
Poco después del mensaje enviado por la embajada estadounidense, un nuevo avistamiento volvió a poner en alerta a las autoridades españolas. El 15 de mayo, a las nueve y media de la mañana, los radares de la defensa aérea detectaron, a unos tres kilómetros de altura sobre Madrid, la presencia de un objeto formado por tres cuerpos superpuestos. Poco después otro ovni fue detectado sobre los cielos de Barcelona. Aviones de combate españoles y estadounidenses despegaron para tratar de interceptar el aparato. Al mismo tiempo, los pasajeros de un vuelo Málaga–París observaron sobre La Rioja un objeto esférico del que salía algo parecido a tres patas. Un periodista que viajaba en el avión pudo captar con su cámara de cine el objeto, pero cuando el vuelo tomó tierra en París -según confesaría años más tarde este periodista- la filmación le fue requisada por el agregado militar de la embajada española en Francia. «O me entrega la cinta o le retiro el pasaporte», le dijo el militar con muy malos modos. El informe oficial del caso, desclasificado hace algunos años por el Ejército del Aire, se encuentra convenientemente mutilado, como muchos otros informes que se dieron a conocer durante el proceso de desclasificación de sucesos ovni investigados por las autoridades militares españolas.
El 5 de diciembre de 1968, cuando la aparición de objetos volantes no identificados sobre el espacio aéreo español se encontraba en su máximo apogeo, la oficina de prensa del Ministerio del Aire franquista envió a los medios de prensa un comunicado oficial en el que se dictaban unas normas de actuación que debería seguir cualquier español ante la presencia de un ovni. Además se explicaba que estos casos debían ser puestos en conocimiento de la autoridad aérea más cercana. Unos meses antes de emitir este comunicado, la revista oficial del Ejército del Aire publicaba un documentado informe sobre el fenómeno ovni en España. Finalmente, el último día de 1968 el Estado Mayor del Aire elaboró unas normas para la investigación de cualquier suceso ovni por parte de las autoridades militares. En el informe, ya desclasificado, que tenían que cumplimentar los testigos militares de casos OVNI, se observa claramente el interés puesto por las autoridades militares en el tema. Entre otras cosas, los militares implicados en este tipo de sucesos tenían que indicar, por ejemplo, si la aparición del ovni les causó algún tipo de efectos fisiológicos, como quemaduras, somnolencia, vómitos, dolor de cabeza o incluso mejoras físicas. En cuanto a los efectos mentales, los testigos debían contestar si la presencia del objeto no identificado produjo nada menos que distorsiones temporales o fenómenos paranormales. Y, en fin, también debían especificar si había habido algún encuentro con seres extraños, ofreciendo su descripción, además de referirse a las posibles huellas físicas de los mismos u otros efectos, como la presencia de radioactividad.
A principios de la década de 1970 el Ejército del Aire puso en manos del ahora coronel Antonio Munaiz Ferro-Sastre la investigación de buena parte de los casos ovni. Su conclusión, después de años de estudio, y según nos confirmó en persona, es que algunos de los casos que investigó «podían tener una explicación más o menos convencional, pero [...] otros no. Son sucesos muy extraños, sin explicación. Tuve la oportunidad de llevar la investigación oficial de casos en los que los objetos aparecían en el radar y hacían maniobras imposibles para nuestra técnica. Además había testigos que eran militares de primera categoría».
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