Cuando daban kun-fú por la tele, era moda en mi casa pulular con una manta enrollada, atada con unos cordelillos de cáñamo que mi madre nos daba. Descalzos y sucios, jugabamos a pegarnos patadas en la boca del estómago. Era divertido esconderse tras las cortinas del pasillo y esperar a que alguien pasase para vapulearlo.
Uno de esos días, mi hermano montó una emboscada en la habitación llena de Nancys de mi hermana. Logró vencerme en singular combate y salió corriendo huyendo de mis posibles represalías.
No iba a ser tan fácil escapar de mi ira, así que tal y como pude levantarme, inicié la persecución. Llegué a la bifurcación del final del pasillo; un terrible dilema se interpuso en mi carrera. ¿A dónde había ido? ¿Para el lavabo a la izquierda?o ¿Para el comedor a la derecha?.
Pero mis agudos oidos percibieron una respiración entrecortada que provenía del lavabo. Era él. Allí estaba el muy tunante, escondido dentro del lavabo. Jejejeje, era mío.
Como eramos pobre la puerta del lavabo no cerraba bien, quedaba encajada contra el marco hinchado por la humedad, además no nos podíamos permitir el lujo de instalar un cerrojo. Me acerqué a la puerta frotandome las manos. Puse la oreja y efectivamente, estaba allí respirando. Entonces me eché para atrás y me preparé para darle el patadón a la puerta.
Puse mis manos en plan Karate Kid y me lancé contra la puerta con el pie por delante. La potencia del salto abrió la puerta de y me hizo volar hasta el centro del lavabo mientras lanzaba un tremendo alarido kunfuteka. KIIIIIIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHH!!!!!!!!!!
De repente quedé paralizado, inmovil, con la postura de artes marciales ante él. Él estaba rojo como un pimiento del piquillo, con las venas de la cabeza a punto de estallar. Hubo unos segundo de silencio total y absoluto, sin palabras; yo en postura amenzante, el colorado y con un gesto de sufrimiento en su cara. ERA MI PADRE que estaba cagando el pobre. Hubo un momento en que no supe si continuaba rojo del esfuerzo o de la vergüenza. Entonces oí el PLOF! del truño al caer al agua, era el momento de batirse en retirada. No dije nada, caminé hacia atrás y cerré la puerta, mientras no podía dejar de mirar aquella cara de incredulidad roja de mi viejito.

Aviso: Si eres pobre lo primero ahorra para comprar un cerrojo.

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